Borracheras épicas

Bien es sabido por los lectores que no destacamos por nuestra salud. Al menos es sabido que no ponemos nada de nuestra parte.
Se conoce también que nos encanta la dopamina y la endorfina que libera el alcohol en nuestro cerebro, sin darnos cuenta de cómo otros neurotransmisores inhiben nuestros reflejos (entre otras muchas cosas).
Pues bien, ahí va la última...

El viernes salí, en principio, a tomar unas cervezas.

       - Hola, Cruzcampo. Sabía que nos veríamos esta noche..
       - Vengo con un amigo...
       - Jaggermeister... ¡Cuánto tiempo!

Y así fue como empezó todo. Mi gran amigo Jaggermeister siempre está conmigo en las épicas, pero también suele jugarme malas pasadas. Me alegré de verlo, a pesar de todo. 

Entre las 4 y las 5 de la mañana, la lié un tanto. Aunque como no es el detalle más importante, lo omitiré en este relato. Lo importante es lo que viene ahora. Llegué a casa media hora después. 

Hasta aquí todo normal, pero evidentemente fui a hacer pis. Salgo del baño, camino por el pasillo, a oscuras, trato de atravesar el salón, veo una puerta, la aparto, ella por sí misma rebota contra una silla estratégicamente colocada detrás de sí, y... Se estampa contra mi nariz. O me estampo yo, según se mire. Duele, oh sí, duele mucho. Me acaricio suavemente la dolorida nariz y al entrar en mi habitación me veo la mano, roja. Las gotazas cayendo tres o cuatro bits por segundo. Jesús me mira, sentado en la cama. Lo miro. Me pican los ojos, las lagrimas caen ahora entre gota y gota de sangre. Os lo juro, me puse histérica. Espectáculo de algodones y agua oxigenada, loca llorica y hombre realmente guapo limpiando sangre del suelo. Lo de que es guapo es importante, lo juro, aunque parezca que no, porque aunque sea nerviosa, no pueda estarme quieta, y prácticamente me busque la mala suerte, el hombre guapo siempre me cuida, y es lo que me llevo de esta historia.