Sueños de libertad.

Sombras 
es lo que veo a través de unas verjas,
alimentadas por una luz que proviene de la luna y de las estrellas,
luz que titila como guiñándome y me hace cómplice de algo que no llego a comprender,
pero que por eso mismo me atrae hasta límites inimaginables.
Límites que uno se impone y que en realidad no existen,
al igual que las verjas,
 que impiden que baile con las sombras que se mecen al son del viento
con movimientos cautivadores.
Movimientos que me transportan a un sopor al que caigo y donde los límites se olvidan,
y por fin soy libre.

He vuelto


He vuelto, pero no como la canción esa de El Barrio que he escuchado entre mil y dos mil veces en la última semana; he vuelto de las vacaciones.

He vuelto al fresquito de Córdoba, que oye, dicen que no ha estado haciendo calor, me debía estar esperando a mí. Y bueno, no es que haya hecho nada súper interesante, no me he ido al extranjero (ni a Portugal y eso que lo tenía al lado), ni me he acostado a las 9 de la mañana, que por otro lado lo agradezco. Pero quizás os pueda contar algunas cosas de este periodo de no venir a trabajar.

Cosas como salir el viernes de trabajar e inaugurar tus vacaciones y encontrarte a gente del trabajo con cierta responsabilidad, digamos con alguna cerveza, o muchas de más, Que eso está bien, pero lo malo es que te paren en mitad de la calle y se les vaya la olla charlando como si fueras su mejor amiga.

Como irte a Benalmádena temprano, parar en Málaga a desayunar porque no llevas prisa y lo que vas a coger es el cercanías, y que tarden una hora, en servirte el desayuno (Cafetería Sabora, al salir del vialia como para la estación de autobuses, cero recomendable). y ya te pongas de mala hostia.

O ir a un bar de tapas y que te pongan las papas bravas más picantes que hayas comido nunca y termines diciéndole al camarero que eso no se lo come ni él, y que sí, te dé la razón. Creo que si lo pienso aún me pica la lengua.

Puede que una de las cosas que no se me olvidarán es que tuve una boda, fue estupenda en todo, pero hacía calor que se m caían goterones de sudor hasta por las piernas, es lo que tiene casarse en agosto en Córdoba, que lo normal es que te toque un día absolutamente calorífico.

No me olvidaré que nos fuimos a Huelva en tren para ir a Isla Cristina, pedimos ayudan en Renfe, porque mi abuelo está mayor y le cuesta andar, en Córdoba genial, pero en Huelva, me hubiera dado tiempo a bajar a todas las personas de una en una antes de que viniera el señor de Atendo. Y allí estaba yo, con mis dos abuelos, cuatro maletas y andando a 20 cm por segundo.

Mi abuelo bebiendo sorbitos de gin tonic y diciéndole a mi abuela que era tónica en el chiringuito de la playa...

Fiestas que duran más de 12 horas y al día siguiente más, mi casa que era lo más parecido a una casa de acogida, siempre había gente que no vivía allí y lo mejor es levantarte por la mañana y no saber a quién vas a encontrarte para desayunar...

Por lo demás, vacaciones normales, descansando, leyendo, en la playa y con mucha gente.

Estamos preparando septiembre, ya queda menos para volver a juntarnos, y pienso eso porque cuanto más ocupada esté menos me acuerdo de que he vuelto, a la rutina, al trabajo, a lo mismo de siempre, aunque a veces, es necesario.

Los 40 Principales

Es curioso cómo las nuevas tecnologías dejan a la gente atrás por nosotros. Me explico: hablas, hablas y hablas con alguien, y de repente el silencio. Ese silencio, que en la era pre-whatsapp pasaba desapercibido en la naturalidad de dejar de ver a ese alguien, ahora queda materializado en una lista de contactos viva, que se mueve, enseñándote la distancia marcada con cada persona de una manera física. Caemos -o caen- como las canciones de los 40 Principales.

Tenemos un Top Ten de la gente con la que nos relacionamos, a veces se cuela algún intruso, pero normalmente el Top Ten se mantiene. Por lo general, ese intruso, invitado, huésped o joven promesa –eso ya dependerá del tipo de contacto- puede llegar a cambiar hasta los emoticonos favoritos, dejando al descubierto qué tipo de intruso es, exponiendo a cualquier curioso con acceso a tu móvil tu vida privada.

Pero todo vuelve a la normalidad, como esas listas musicales. Al final permanecen los clásicos, los de siempre, y las novedades quedarán como aquella canción que dio el pelotazo aquel verano tan genial como lejano y de la que solo recordamos el estribillo.

Chiclanan Horror Story

Los estertores de la nocturnidad proclamaban la llegada de un nuevo mes al calendario. 31 de julio de 2014, 23:59 horas de la noche. En un no tan apartado patinillo de una bonita pero repleta de escalofriantes secretos urbanización en la zona costera de Chiclana, se reúnen un dispar grupo de jóvenes entre los que no me incluyo, y un viejo, yo, provenientes de diferentes puntos de la península ibérica, contando con un total de 10 componentes a dividir a partes iguales entre hembras y varones. Si nos organizamos bien follamos todos, pensé yo, pero el cobrizo reflejo que descendía de las nubes sobre nuestras cabezas tenía otros planes para nosotros.

La noche se presentaba de un rojizo burdeos que sólo las féminas presentes en la reunión lograban calificar como tal, y que los más hombríos de nuestra humilde congregación definían como: "iyouu, ¡no está feo el cielo ompare!". Los temas de conversación debatidos en la mesa recorrían el amplio abanico que va desde la visión de fantasmas en el pasillo de casa por un asustado niño de 10 años, hasta la visión de una sóla persona en el mismo pasillo de la misma casa por el mismo niño que ya no estaba asustado porque ya no tenía 10 años y que por ello miraba al fantasma diciendo bah, qué pesao eres blancucho de mierda. Bueno, quizás los temas de conversación no eran demasiado variados, pero qué otra cosa podíamos hacer estando frente a una vela ahuyenta-mosquitos que se debía haber quedado sin pilas presidiendo la mesa junto a una cruz de romero verdadera fabricada por el abuelo del niño que veía fantasmas en el mismo pasillo de su casa sin darse cuenta que en realidad estaba mirando por la ventana trasera de su habitación que da al callejón de entrada al Centro de Rehabilitación Lindsay Lohandejado Oloestánintentado. Si os soy sincero, yo tampoco soy capaz de leer esta parrafada de un tirón sin asfixiarme. Al igual que tampoco fui capaz de entender en toda la noche el significado de "cruz de romero verdadera" ¿Acaso las hay de mentira? ¿Deben tener las cruces de romero unas dimensiones y proporciones exactas para ser de verdad? Porque de ser así debe ser bastante complicada la fabricación de dichas cruces de romero verdaderas, ya que ninguna de sus cuatro partes eran simétricas. 

Los minutos corrían despavoridos como jóvenes titulados en busca de un futuro fuera de España. Se acercaba la hora de la verdad, en la que poner a prueba los nervios de acero de nuestra estructura molecular. Más nerviosos que Pepa Pig en el día de San Martín, nuestros aventureros amigos miraban sin parar el reloj a la espera de la llegada del undécimo en discordia, el que le diera sentido al adjetivo calificativo que he usado al principio para describir el grupo: dispar. El cada vez más colorado cielo nos invitó a abandonar nuestra terrorífica desventura con un par de gotas insignificantes. Creo que esa noche el cielo estaba puesto a dedo por Fátima Báñez, ya que sus medidas de creación de miedo eran similares a las de creación de empleo de nuestra afrankensteinada ministra.

Mientras los minutos pasaban y pasaban, nuestra compañera babosa Soraya nos deleitó con las inverosímiles historias de Iome Kanont Uscastas, la niña medio francesa medio congoleña del sur que habitaba en el pozo de su sótano. Sí, inverosímiles ¿cómo me las voy a creer Soraya? ¿quién coño tiene un pozo en un sótano en el que vive una niña que lleva como nombre un chiste malo de Yo me cago en tus castas?

En esto que se empiezan a escuchar ruidos dentro de la casa. Un incesante tintineo de llaves, un no parar de pasos de pies pequeños pero musculosos, un caudaloso chorro de algún líquido de alta fluidez cayendo interminable sobre lo que parecía ser un depósito de heces humanas.
De repente todo quedó en silencio, un cuerpo se movió en la oscuridad dejando entreabierta la puerta del baño, permitiéndonos vislumbrar las femeninas formas de la sombra proyectada por la luz proveniente del ojo de buey que coronaba la ducha. Finalmente el cuerpo hizo acto de presencia: era Nuria, había ido a mear.

Tras el primer susto de la noche aumentaron las ansias de los cuerpos carnosos por la espera del úndecimo en discordia. Una de las compañeras sacó una bolsa de pipas de girasol tostadas y aderezadas con más sal que el culo de un bebé tras cuatro horas de playa. La chasqueante rutina del coger una pipa, morderla y sacar el grano con la puntita de la lengua pareció tranquilizarnos pese a todo. El cielo, tras su parón de hora y media para el desayuno (¿veis como era funcionario?), intentó de nuevo hacer como que nos mandaba a casita para que tita Fati no se mosqueara. Estas nuevas gotas no venían solas. Su leve caer húmedo los sorprendió con la llegada de Carlos, el esperado, y su gran alteración etílica. De nuevo el cielo volvió a fallar en su labor.

Una vez todos reunidos, la tensión existente disminuyó hasta los límites del aburrimiento de tal forma que, con el correspondiente decrecimiento en la respiración de nuestros protagonistas, provocó un cambio en la presión que soportaba la disfuncional vela anti-mosquitos, haciendo que ésta se apagase ipso facto. Los efectos de este inquietante suceso podrían haber sido descritos por Stephen King a la perfección, elucubrando sobre todas y cada una de las caras de espanto y terror dibujadas en cada uno de los allí presentes mientras el humo de la vela ascendía humeante, que para eso es humo, hasta diluirse en el cargado aire del crepúsculo. Pero no, lo he escrito yo, y no me negaréis que ha quedado bien.

Puesto que la esperanza es lo último que se pierde, y el nuevamente acojonado grupo de amigos aún creía en la eficacia de la vela para quitarles de encima a los molestos mosquitos, volvieron a encender la vela, y cuál fue su sorpresa cuando vieron atravesar de lado a lado de la casa una misteriosa sombra misteriosa. Sí, era misteriosamente misteriosa. Se deslizaba cual sábana al viento sobre el suelo, los pasos de la sombra por las salas contiguas al salón eran inaudibles, pero no así lo eran los metálicos sonidos que nos avisaban de su aparición. O la caída de objetos al suelo tras un tenso silencio. O el fluir de grifos abiertos simultaneamente. Sólo faltaba oír el intermitente botar de una pelota o canica por las escaleras y más de uno habría tenido que tirar su ropa interior a la basura.

Nuestros valientes cagaosdemierda feos amigos no parecían salir de su asombro. El cielo permanecía del mismo color, imperturbable, nublado como él solo. La noche había devorado todo ruido proveniente de cualquier lugar ajeno a la casa (exceptuando los bostezos del sobrino ministerial de rojo). Mientras tanto, la sombra seguía jugando con la imaginación del que cree que una cruz de romero verdadera, ahumada por los vapores del pestoso producto químico de la vela, podía provocar la aparición de fantasmas en casas. Vagaba la sombra por la casa, movía llaves, tiraba objetos al suelo, jugaba al abrir y cerrar de puertas, e incluso se atrevía a reproducir una suerte de escalofriante risilla pueril, acompañada por un chirriar de pies por el suelo. Sí, los pies chirrían, sobretodo cuando llevas suelas de goma en las zapatillas. Iiiiiiihhh. Exacto, ése sonido, ¿jode eh?

Con más temor a la bronca de su madre que al propio fantasma en sí, el más valiente de todos se atrevió a entrar en casa. No le quedaba otra, era la suya propia, y al resto de compañeros les sudaba tres carajos que el fantasma se quedase allí esa noche o el resto de su vida muerte. Las niñas aterrorizadas no se atrevían a mirar por la ventana, los niños, borrachos perdidos, no paraban de hacer ruidos con la boca y murmurar entre susurros las típicas frases rancias tales como pásame'lporro, cogedlo ahí, é un fistro de fantasma duodená, la maté'nagosto la caló apretaba.

Sin nadie esperarlo, una frenética risotada sonó histérica desde el interior de la casa. Jorge, el aventurero dueño de la casa, había visto algo, no sabía el qué, pero no podía parar de reír cual poseso por el espíritu raggatanga. Todos le observaban perplejos, los ojos fuera de las órbitas y la boca desencajada en un gesto de descojone máximo. Volvieron a sonar llaves, a caer objetos, grifos abiertos y pasos apresurándose a la ventana. ¡Dani para ya!, gritó Carlos, el undécimo en discordia, ¿pero cómo voy a ser yo, gilipollas, si estoy escribiendo? dije yo. Cuando de repente, ¡BLAM! un palo de escoba golpea fuertemente la ventana a la que estaban todos asomados. Todos se apartaron de un salto enorme hacia atrás, las niñas presentes gritaron de terror, los niños se hicieron los duros mientras se sujetaban algo por detrás del pantalón con las manos, nuestros babosas allí presentes estaban cada uno en una punta del patio: Soraya agarrada al árbol rezándole a Iome Kanont Uscastas, Nuria meando de nuevo en el arriate más alejado del patio, y yo, Cobacho, escribiendo esto: esto.

Cayó la escoba de la ventana, y tras una risita de niño chico, empezó a surgir de debajo de la ventana lo que parecía una bragafaja color carne de la talla XS. Conforme la bragafaja subía, nuestros compañeros se alejaban más y más de la ventana, cuidadosamente, sin movimientos bruscos, no vaya a ser que una bragafaja color carne de la talla XS los viese moverse con sus inexistentes ojos y les diese un bocado con su inexistente boca. Qué le vamos a hacer, el miedo es irracional. Y mis amigos medio carajotes.

Se escuchó un golpe alejado, todos desviaron la mirada de la ventana un instante, y al volver a ella, ahí estaba la imagen, impertérrita, impermeable, impersonal. No era una bragafaja color carne de la talla XS, no. Era la rodillera que está usando nuestro amado Cobacho para su esguince leve de rodilla y, como no podía ser de otra forma, la portaba él mismo en la cabeza. Tras un primer segundo de estupefacción, le siguieron los hijodeputa, lo sabíamos, qué cabrón, sabía que eras tú desde el primer momento, pronunciados por nerviosas caras mientras se deshacían de las heces ancladas a la pernilla del pantalón.

Sí, sí, todos sabíais que era yo, pero aquí huele a caquita, chavales.