Complejo sueño de Morfeo.

Era una habitación bastante grande para las pocas velas que lo iluminaban, en el centro de la sala, iluminado por uno de los 6 cirios que había, se distinguía un mostrador de no más de 3 pasos de ancho, en el que un hombre cabizbajo estaba apoyado, recordando el ajetreo y la vida que antaño tuvo ese habitáculo. La mirada fija en una esquina de la habitación, en la cual, casi no se distinguía la forma de un sofá, la sombra lo envolvía, pero en su mente se veía a sí mismo flirteando en él con varias mujeres que le reían las gracias y preguntaban por las batallas e historias que en ese hotel habían ocurrido.
De repente una joven entro por la puerta, era esbelta, con una larga melena ondulada de color chocolate, nada mas entrar en la habitación, su olor, un olor dulce, afrutado y seductor lleno la sala. El hombre salio de su ensimismamiento y compuso una de sus sonrisas mas radiantes:
-¿Quería una habitación, joven damisela? No se si tendremos libre alguna tan lujosa como usted se merece, déjeme comprobarlo en el libro de registros.
La joven, con tono de preocupación y una expresión triste, contesto:
-Padre, ¿Otra vez se te olvido tomar las pastillas?, venga conmigo. le daré su medicina.
-¡Nooo!, eres una enviada del encargado del hotel de la esquina para drogarme y que pierda mis clientes...¡No te seguiré a ningún lado!
Entonces, la joven cuya belleza se vio apagada tras escuchar esas duras palabras, cogió el teléfono e hizo una llamada:
-Sí, sigue igual, tal vez peor, hoy no me reconoce y piensa que regenta el hotel de nuevo, cree que soy alguien que viene a drogarle... no se que hacer...¿Puedes venir para intentar convencer a papa de que se tome las pastillas?...Gracias.
Mientras hablaba con su hermano, las lagrimas empezaron a brotar y deslizarse por su piel dejando un río de dolor que se quedaría marcado incluso después de que se secara la cara. Sus ojos verde esmeralda, se rodearon de un rojo que mostraba el dolor que aquellas palabras le habían hecho. Salio de la habitación y espero.
El hermano mayor llego, y entre negociaciones para pasar la noche en una habitación inexistente y unos cuantos minutos de charla amenizada con unos vasos de una botella de vodka, que en verdad era agua con la que habían rellenado la botella que hacia años que no contenía ese líquido alcohólico, consiguió que su padre se tomara las pastillas y se fuera a descansar.
Entro entonces en un sueño en el que sobre una cama, tapado con unas sabanas, se imaginaba regentando un hotel en una época en la que los caballeros matadragones llegaban allí para descansar de sus duras batallas y le contaban sus aventuras. Esas mismas aventuras que después contaría él a las jóvenes sentado en un sofá a la luz de las velas.
Otro día había pasado, sumido en un baile que Morfeo había compuesto para él, un baile tan complejo que lo embarcaba en una aventura que duraba tanto sus sueños como sus vigilias.
Maldito Morfeo que quiso escribir con este pobre viejo la mejor historia de aventuras que jamás nadie podrá contemplar y que con ella hizo olvidar todo lo que un día fue, su vida y su familia.

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