Desde los primeros albores de todos los tiempos, existía una fuente de vida y salud, situada en el centro concéntrico de todos los centros: la Plaza Nueva. Y qué queréis que os diga, nunca entendí que se llamara así. De hecho, he visto como se hacían plazas más nuevas, y esa seguía ahí desde que nací. Incluso, creo eh, no estoy del todo seguro, la Plaza Nueva ya era antigua cuando mi madre, disfrazada de bolsa de basura por carnaval, empezó a romper aguas al pasar por ella. Y así nací yo: un cabezón con mucho pelo (no como
Jezú), dado a luz desde una gran bolsa de basura negra, de esas que vendían en el Pryca, y envuelto en un ennegrecido líquido amniótico (decidí que cagarme en mi madre era una buena idea).
Como decía, existía una fuente ahí. Lo de vida vale, la fuente emanaba agua, o algo que se le parecía, y el agua es imprescindible para la vida. Lo de salud lo dejo estar... algunos perros bebían de ahí. Yo nunca los vi, pero me fío de mi abuela, que me decía que no acercara la boca mucho. Supongo que eso mantendría a raya a las bacterias perrunas.
Esa fuente, con gérmenes caninos, y algunos más rellenitos, pero ninguno gordo (les gusta ponerse en forma entre herida y herida), era el lugar de encuentro y pago de botellones en los tiempos en los que con 3 € por cabeza, en un grupo de 10 amigos (por lo meno), te pillabas una botella de cada tipo: ron Negrita (el más barato de la licorería de la calle Ballesteros), wishkey JB (mi primer licor regurgitado, no vomitado, causante de que no pueda ni oler el wishkey ahora), malibú para las niñas que les gustaba con zumito de piña, y licor 56 (era más barato que el licor 43) que mezclado con lima nos dejaba la boca hecha un panal de abejas, cosa más empalagosa dios.
Con el tiempo, hicieron unas obras raras en la Plaza Nueva, para que dejase de ser la Plaza Nueva, y pasase a ser la Nueva Plaza Nueva. Con esos cambios en la Nueva Plaza Nueva, llegó una fuente más fea que su puta madre, diseñada seguramente por Calatrava (el gemelo feo español de Mick Jagger no, el arquitecto
demierda), de la que nadie tenía huevos de saber por dónde se bebía. Una vez se descubrió por dónde salía el agua, a ver quién tenía los cojones de no mojarse los pantalones al beber. Como he dicho, no tenía más remedio que ser diseño de Calatrava, menos diseño anti-bebedero de perros y más utilidad pa' bebé ome ya, po' favó...
fuente ar chavá, cabrón.
Claramente esa fuente duró más bien poquito. Ahora no tengo ni puta idea de si hay fuente o no. Porque sí, volvieron a hacer obras, ahora es la Nueva Nueva Plaza Nueva. Lo que en términos matemáticos, como el orden de los factores no altera el producto, se conoce como Plaza Nueva al Cubo (de basura, claramente). Pero me importa poco que se deshicieran de nuestra querida fuente luhsentinah, en su lugar colocaron unos ralladores de quesos que me sirvieron para un buen par de chistes.
Bueno, uno nada más para ser exactos. Pero cada vez que puedo lo repito, y es gracioso.
Bueno, es gracioso que lo repita. El chiste en sí no tiene ni puta gracia.
Os dejaría una foto del rayador de quesos para que os deleitéis con su evocadora imagen. Pero todas las que tengo salgo yo haciendo el carajote. Y bastante carajote he hecho ya escribiendo semejante textaco a una puta fuente.